La hija del aire

La famosa tragedia de Calderón con la perspectiva de Mario Gas; entre la frialdad del elenco y la garra de Marta Poveda

Foto de Lau Ortega

De manera inconfundible es esta una de las comedias más célebres de Calderón. Vive en paralelo de su obra maestra, La vida es sueño; pues igual que ocurre con aquella, también el protagonista mora encerrado por los nefastos augurios que pesan sobre él. Semíramis posee una historia que se pierde en las leyendas de hace siglos y que nos la sitúan como la Sammuramat asiria. Sus reminiscencias se reparten por el Mediterráneo y el propio dramaturgo madrileño la emplea para crear una tragedia sobre la ambición de poder. Desde luego, lo interesante es descubrir si la versión de Benjamín Prado y la dirección de Mario Gas suman lo suficiente como para justificar el montaje más allá del valor que tiene como clásico. En cuanto al primero, nos ha entregado un texto que suena suavizado en los hipérbatos propios de la escritura barroca, y eso hace que el verso se nos muestre más claro al oído; aunque eso le quite cierta sentenciosidad. Por otra parte, al retirar a Chato (y a los músicos), ese bufón rústico que acompaña siempre a la futura reina, nos censura la réplica sarcástica. La sensación general es de frialdad en diferentes tramos de la extensa función. Esta percepción viene determinada por unos actores que han sido dirigidos hacia el estatismo. En muchos momentos parece que, una vez toman posición, su expresión no es acompañada por el cuerpo. Sigue leyendo

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