Rojo

Juan Echanove dirige y protagoniza este acercamiento a la figura del pintor Mark Rothko en una propuesta grandilocuente

Me da la impresión de que en España prácticamente nadie conoce a Mark Rothko; aunque sus cuadros pueden ser, en cierta forma, populares. Partiendo de esta premisa, de qué manera se puede abordar un montaje sobre una anécdota de su biografía. Pues con unas cuantas explicaciones y una colección de referencias pictóricas para que el respetable encuentre algún asidero cultural y salga con la lección aprendida. Quizás todo esto resulte ridículo; ya nosotros hemos venido a ver al Echanove y al chaval de Cuéntame. Así es como se explica que algunos ronquidos y unos cuantos bostezos se transformaran mágicamente en vítores ejecutados de pie en una manifestación de alborozo incuestionable con el Teatro Español repleto. Rojo es un texto mediocre de John Logan y Juan Echanove lo arruina con su griterío insolente. Pero vayamos por partes. Nos situamos es el estudio del pintor (222 Bowery, Nueva York) alrededor de 1958, Mies van der Rohe y Philip Johnson han terminado el rascacielos Seagram Building; donde se ubicará el famoso restaurante Four Seasons. Precisamente para este espacio le han encargo a nuestro protagonista unos enormes lienzos que sirvan para decorar sus paredes, por una cantidad en absoluto despreciable (treinta y cinco mil dólares. Unos dos millones y medio de dólares actuales). El trabajo requiere la preparación de grandes bastidores y otras cuestiones técnicas de las que se ocupará un ayudante joven que ha contratado. Con la llegada de Ken, comienza la función. Bien, uno se interroga, cómo es posible que una obra sobre un pintor que se dedicaba horas y días a contemplar las primeras capas de pintura de sus cuadros, mientras fumaba en silencio y se entonaba con su whisky sempiterno, pueda estar ocupada por diálogos verborreicos; cuando lo juicioso sería que el espectador también pudiera sostener la mirada acerca de algo que, por lo visto, escapa de lo evidente. La cuestión sobre la pintura de Rothko es clara: ¿hay algo más detrás de aquellas telas bicolor (las más conocidas) o el emperador está desnudo? Es arte o decoración o broma. Es arte o es mera estética (obras que generan sensaciones; pero sin trascender intelectualmente). Él mismo lo afirma cuando habla de que no vale solo con sentir. Las preguntas se plantean y eso es lo valioso del espectáculo; no obstante, el secundario es muy segundón. El papel de Ricardo Gómez es de una insignificancia pavorosa (para algo que tenía que inventar el dramaturgo y nos planta a este chico). Un aspirante a pintor (huérfano) sin la menor ambición, sin cultura y, lo que es peor, que tras dos años como asistente de un tipo bien cultivado, apenas alcance a la bronca rabiosa que únicamente esconde el emotivo: «qué hay de lo mío». Poco puede hacer un intérprete con este personaje, y así ocurre. Por lo tanto, nos queda Echanove, quien ha decidido también dirigir la propuesta. Alguien tan grandilocuente e hiperbólico debería reprimirse de tal tarea. Es palpable que alguien (a lo mejor el ayudante de dirección, Markos Marín) debería haber frenado a este huracán; porque falta mucha templanza, modulación en los ritmos y más hondura para esbozar a un tipo que terminó diseñando la Capilla Rothko en Tejas, un espacio octogonal destinado al recogimiento de cualquier individuo (más allá de su religión) y que estaba emparedada por gigantescas pinturas negras (no la llegó a ver finalizada). Y que acabó sus días suicidándose (la depresión lo atenazó mortalmente). En escena parece un hombre torturado por la envida de los nuevos muchachos pop, más que alguien sobrepasado por el éxito (mucho tuvo que ver la CIA para que el grupo de los expresionistas abstractos llegara a ese podio) y, quizás, cuestionado por su propia obra como un destino irrebasable. Fue alguien bastante complejo en su pensamiento, como podemos deducir de sus escritos. Un buen estudiante en su juventud, un gran lector. Insisto, alguien así, necesita un «rival» que le realice las preguntas que todos nos estamos haciendo, si no queremos llevarnos la sensación de que es un farsante enmascarado por una misantropía insufrible. No hay más que quejas y quejas sobre la muchedumbre y sus gustos (a todo el mundo le gusta todo, esputa); sobre los ricos que comerán en ese famoso restaurante acompañados de sus obras (él quería conseguir «arruinar el apetito de cada hijo de puta que come en esa sala»). La idea de tragedia en sus telas planea sobre diálogos que parecen más hondos de lo que son. Por eso debería bajarse tanto el tono, la sentenciosidad. El hombre decaído, débil, dubitativo y quebrado que se quiere agarrar a la ética para salvar su obra. Por momentos parece un capítulo de Los colores primarios, el libro de Alexander Theroux. ¡Cuánto nos puede inspirar el color rojo y a cuántas cosas remite! Luego, tampoco, falta Matisse y su Armonía en rojo; alguna pulla para Picasso y para Dalí; Rembrandt, Caravaggio y Pollock y Warhol. Y Nietzsche, claro. Pintar como una experiencia religiosa. Un largo camino ―toda la historia del arte―, para llegar a un cuadro rojo sobre el que aparece un cuadro rojo. Volver al origen, a la primera pincelada tímida en la caverna o asumir la complejidad que supone abstraer algo apreciable de algo ya abstraído. ¿Podemos llegar algo o es puro esteticismo decorativo? En esta función ni se resuelve el misterio, ni se apuntan las preguntas necesarias como para cuestionar un estilo artístico que nos ha sido impuesto, por virtud o por mecanismo político. Todo un triunfo que por España tuvo grandes continuadores (véase el grupo El Paso). Conclusión: se ha perdido una oportunidad para indagar en la verdad de un artista.

Rojo

Autor: John Logan

Dirección: Juan Echanove

Traducción: José Luis Collado

Reparto: Juan Echanove y Ricardo Gómez

Diseño escenografía: Alejandro Andújar

Diseño iluminación: Juan Gómez-Cornejo (A.A.I.)

Diseño de vestuario: Alejandro Andújar

Selección musical: Gerardo Vera

Ayudante de dirección: Markos Marin

Producción: Mikel Gómez de Segura y Zuriñe Santamaría

Una coproducción del Teatro Español, La Llave Maestra y Traspasos Kultur

Teatro Español (Madrid)

Hasta el 30 de diciembre de 2018

Calificación: ♦♦

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