Una comedia de enredo basada en una narración de La Odisea sobre las infidelidades de Venus

El término «clásico», en el embrollo posmoderno, da para contravenirlo, considerarlo asunto pesado y aburrido, de gentes con mucho miramiento, como marca de calidad o, en el caso que nos compete, para envolverlo de una fachada que justifique la inserción de una anécdota entre las ruinas del Teatro Romano de Mérida. La anécdota viene cantada en la rapsodia VIII de La Odisea y Marta Torres la ha transformado en una comedia de bajo vuelo. Es decir, no es una obra clásica, ni sobre los clásicos, sino un texto que tiene por personajes a dioses romanos y otros individuos de acompañamiento. Mucho me parece abrir el marco conceptual.
Lo que se nos quiere contar es la infidelidad de Venus con Marte, puesto que ella no aguanta la falta de atención y de cariño de su marido Vulcano; enterado este de los escarceos de su mujer, gracias a los chivatazos del Dios Sol, se empeña en crear unos hilos invisibles que los atrapen en plena faena. La cuestión daría juego si no hubiera un empeño tan esforzado desde el inicio por anular la vida y manifestación de los personajes en su transcurso. La idea del entretenimiento naif se impone desde que Carmen París aparece a ponernos en situación y a biografiarnos a los protagonistas. Aceptemos que el tono de las canciones ofrece cierta hondura, empasta adecuadamente el aire jotero con los efluvios mediterráneos (no así cuando se pone chirigotero); otro cariz poseen las letras, que inevitablemente caen en lo funcional y en esa comicidad esperable para el espectáculo destinado al regocijo estival. También desde el principio contamos con la presencia del grupo Toom-Pak, verdaderos expertos en esto de la percusión industrial. La lástima es que se les haya destinado más a los interludios musicales que a la propia incursión en las escenas. Hubieran funcionado mucho mejor si, como creo que pide el cuentecillo, Los hilos de Vulcano se hubieran inclinado hacia el drama. Por lo tanto, a la directora le ha faltado integrarlos más con sus fuegos y su movilidad; aun así, le dan buena potencia visual y sonora. En otro orden de cosas está la trama en sí, en cómo se materializa con unos actores que muestran diferentes niveles de finura. Fele Martínez configura un Vulcano que desde lo físico, contrahecho y cojo, hasta los matices de su carácter brusco, pero aderezado con toques de melancolía y baja autoestima frente a su esposa, me parece el mejor de todo el elenco. Por su parte, Verónica Forqué, quien resulta idónea para interpretar a la perspicaz Aspasia (un anacronismo certero para esta obra), nos regala su capacidad natural para la comedia. Luego contamos con interpretaciones que comienzan con fortaleza y con cierta gracia, como es el caso de Javier Mora haciendo de Marte o Tomás Pozzi de Dios Sol, pero que luego decaen por pura repetición de sus tics y sus reiterativos chistes (¿cuántas veces se refiere Marte a la cojera de su hermano?). Sin embargo, no me parece que Mélani Olivares sea la más adecuada para el papel de Venus, el tono de voz y cierta forma de expresión, algo áspera, resta esplendor a la diosa. A Santi Marín se le percibe algo nervioso y Nur al Levi tampoco posee un encargo como Ket Ket que la permita lucirse; no se entiende cómo no se ha aprovechado este personaje para trazar otros caminos subterráneos. El mayor problema de Los hilos de Vulcano radica en la construcción y el ensamblaje de cada uno de los actos. Primeramente le falta sustancia, se quiere simplificar tanto el conflicto que apenas aparecen subtramas que pudieran llevarnos al desenlace con una serie de enredos más lógicos en cuanto a la treta del protagonista. Es más, la obra se atasca en ciertos parlamentos un tanto moralistas sobre el matrimonio, las mujeres o el sexo que hubieran brillado más en diálogos con mayor enjundia. Pero la verdad es que la autora ha dibujado demasiados caracteres tendentes a la estupidez o, incluso, a la ñoñería. Por lo tanto, Vulcano se queda sin interlocutor y Venus se tiene que conformar con las conversaciones dicharacheras con Aspasia, quien intenta infundirle algo de picante y lubricidad a la función, pero que ni siquiera se acerca a terrenos más insidiosos. Todo ello dentro de una escenografía algo reduccionista en la que los músicos apenas poseen espacio para moverse entre los actores y donde las compuertas que deberían generar más dinamismo a la hora de darle profundidad a la escena, quedan cubiertas por los grandes instrumentos de percusión. Reconozcamos que durante la primera media hora se oyeron risas en la noche emeritense, pero que luego se diluyeron hasta alcanzar un final que requeriría mayor insistencia en el juego de luces que evitara la explicación sobre lo ocurrido. No nos queda más remedio que quedarnos con el mero entretenimiento de algunas partes y con el espectáculo sonoro y visual que aportan los de Toom-Pak; pero no se puede considerar una obra digna de un prestigioso festival que lleva el apellido de «clásico».
Dramaturgia y dirección: Marta Torres
Reparto: Fele Martínez, Verónica Forqué, Tomás Pozzi, Carmen París, Mélani Olivares, Javier Mora, Santi Marín y Nur al Levi
Toom-Pak: Miguel Ángel Pareja, Manuel Leal, Gorka González, Felipe Perales, Miguel Ángel Velayos, Eva Boucherite y Mario Aliaga
Acróbata: Álex Arce
Dirección musical: Carmen París y Toom Pak
Letra y música: Carmen París
Coreografía: Eva Boucherite
Ayudante de dirección: Juan Ollero
Diseño escenografía: Pepe Moreno
Iluminación: José Manuel Guerra
Coordinación artística: Gorka González
Espacio sonoro: Toom-Pak
Diseño vestuario: Ana Llena
Ayudante de vestuario: Alejandra Hernández
Asesoría mitología: Beatriz Martínez
Bibliografía y ortotipografía: Noemí Pérez
Dirección técnica: Manuel Leal
Dirección de producción: Esther Bravo
Producción adjunta: Mónica Regueiro (produccionesoff)
Ayudante de producción: Felipe Dueñas
Fotografía: José David Sacristán
Diseño gráfico: Rubén Salgueiros
Producción: Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida y Toom Pak
Teatro Romano de Mérida
Hasta el 24 de julio de 2016
Calificación: ♦♦
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