Los últimos Gondra

Borja Ortiz de Gondra cierra su trilogía familiar con una pieza elocuente y sensible que ofrece una mirada esperanzadora sobre el futuro

Los últimos Gondra - Foto de Luz Soria
Foto de Luz Soria

Ahora que se cierra la trilogía de Los Gondra, no puedo dejar de pensar en la serie alemana de Edgar Reitz, Heimat (que quiere decir ‘patria’; pero no piensen en Aramburu, o sí), que fue altamente defendida por Stanley Kubrick; y que tiene ciertos aspectos estéticos y otros tantos narrativos (cambien a los nazis por los etarras) que nos entregan grandes concomitancias con la saga que nos incumbe. Si Borja Ortiz de Gondra no la ha visto, debería hacerlo. Si con Los otros Gondra la decepción cundió —desde mi punto de vista—, fue porque tenía aire de transición y se recargaba la autoficción más narcisista. Felizmente, esta última parte se reconduce de manera exquisita para dialogar metateatralmente más con la primera pieza, Los Gondra (una historia vasca). Sigue leyendo

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Los otros Gondra

Un epílogo recargado de autoficción para la exitosa obra que se presentó la temporada anterior

Después de lo visto, parece que esta propuesta necesita imperiosamente anclarse a la matriz: Los Gondra. Porque esta segunda no llega a tener entidad por sí misma, debido, esencialmente, a que en la primera lo autobiográfico permitía un despliegue histórico de la saga con una puesta en escena de lo más atractiva (de ahí su éxito). Ahora, aquella, se convierte en materia de autoficción para esta que se presenta en la sala pequeña del Teatro Español. Y ya sabemos cómo es este tipo de dramaturgias (lo recordaba hace bien poco con Sergio Blanco). Con los autoficcionadores parece que el narcisismo es interminable y que la infantilada de recordarnos constantemente que aquello que vemos se refiere a una realidad-real (de fuera); pero que se juega al que sí que no, rompe con la convención dramaturgo-espectador. Para más inri, el propio autor ya se imbrica entre los actores como uno más, con el comodín de interpretar como le venga en gana; pues siempre podrá afirmar que él es él y no un actor y que todo es mentira. Los otros Gondra no tienen en sí mucho contenido y se demoran en la reflexión acerca del propio acto de llevar este «relato vasco» a las tablas; concretamente en dar la voz a esa parte de la familia que encontró afinidad y comprensión en aquellos que tomaron las armas para «liberar» a su pueblo de esos «invasores». No hace falta nombrar a ETA; aunque dentro de poco no quedará más remedio que hacerlo. La memoria es frágil y el olvido se está imponiendo a marchas forzadas. Lo vuelvo a recordar aquí, se remite como año clave del argumento a 1985: 37 asesinados. Las trazas del meollo que verdaderamente alcanzan un punto trágico superior son aquellas en las que Jesús Noguero y Cecilia Solaguren dialogan, discuten, se enfrentan, se tientan, se perdonan o se asumen con todas las consecuencias. Sigue leyendo

Los Gondra

El Centro Dramático Nacional presenta una saga vasca que recorre más de cien años de historia a golpe de fratricidio

Foto de marcosGpunto
Foto de marcosGpunto

Sostengo desde hace tiempo que la identificación es el mayor vicio del ser humano. Es muy difícil defender la libertad de un individuo que vive subsumido en una religión, un partido político, una corriente de pensamiento o en una tradición. Él no es él, sino el eslabón de la idea o su defensor más fiero. El poeta bilbaíno Gabriel Aresti versó: Nire aitaren etxea / defendituko dut. / Otsoen kontra,…; es decir: Defenderé / la casa de mi padre. / Contra los lobos,… O, si preferimos: Harmak kenduko dizkidate, / eta eskuarekin defendituko dut / nire aitaren etxea; es decir: Me quitará las armas / y con las manos defenderé / la casa de mi padre;… Ahí lo tenemos pues. Borja Ortiz de Gondra sale al escenario para introducirnos en la historia que se va a representar —los meandros de su árbol genealógico— un hecho que cobra verdadero sentido cuando él se funde en el propio elenco para participar, aunque sea brevemente, en varios momentos de la representación. Un toque muy interesante de realidad-ficción que fluye y que establece un marco que recoge una estructura que nos lleva al pasado a través de tres periodos muy distantes, de tres generaciones, para regresar al 2015. Sigue leyendo

Maribel y la extraña familia

Maribel y la extraña familia continúa representándose en agosto de la mano de Gerardo Vera

Maribel y la extraña familia - Foto

«El humor es verle la trampa a todo, darse cuenta de por dónde cojean las cosas; comprender que todo tiene un revés, que todas las cosas pueden ser de otra manera, sin que por ello dejen de ser tal como son», decía Mihura. Y lo podemos comprobar en la Maribel y la extraña familia que ha montado Gerardo Vera en el Infanta Isabel. Un montaje repleto de grandes detalles que agrandan la obra: los números musicales, las acertadas proyecciones de vídeo o la elección de los temas que suenan en los diferentes momentos. Pero no es el montaje lo que más resalta, sino, tratándose de Mihura, el humor. El humor de Mihura se ha recuperado en el último decenio con programas de televisión como La hora chanante o Muchachada nui comandados por Joaquín Reyes. En esos programas se ha vuelto a la extrañeza de la cotidianidad, a las conversaciones faltas de lógica y a la rareza que supone la ausencia de implicaturas, es decir, las cosas se muestran en primera instancia, tal como son, carentes de simbolismo para así desactivar el tópico o la convención. Sigue leyendo