Sergio Peris-Mencheta comanda un montaje grandioso sobre la Europa convulsa de los años cincuenta

La Bestia, igual que el Leviatán de Hobbes, es un mini-estado en forma de cocina, donde todos sus habitantes deben cumplir con las reglas que han aceptado para que sea posible alcanzar la armonía. Sergio Peris-Mencheta, con sus 41 años, se juega, con esta oportunidad que le ha brindado el Centro Dramático Nacional, obtener un prestigio que lo lleve a la élite española de la dirección escénica. Desde mi punto de vista, antes de analizar el resto de elementos, el madrileño ha logrado dar un aldabonazo con esta propuesta tan ambiciosa y tan sugerente. Ha sabido plasmar con maestría ese espíritu inasible del perspectivismo, de la amalgama que forman toda una serie de personajes muy distintos que se van compactando a través de la angustia vital, la esperanza ensoñadora y la perceptible alienación. Nos encontramos en Londres, el 8 de agosto de 1953, el día que los germanos verían condonada parte de la deuda contraída por aquel doloroso y humillante Tratado de Versalles, y las posteriores condenas. Mangolis, un pinche chipriota, el trabajador más joven de todos, un tipo vitalista, sin el peso de la tradición y la amargura sobre sus hombros, una especie de símbolo conciliador de los nuevos tiempos, es el primero en llegar al curro del Marango’s. Sigue leyendo