María Luisa

Lola Casamayor protagoniza esta nueva comedia de Juan Mayorga, donde la fantasía de una anciana se convierte en una vía de escape existencialista

María Luisa - FotoA Mayorga le gustan los cuentos clásicos, también, hacerse preguntas sobre la realidad y curiosear en posibilidades fabulísticas. En el propio Teatro de La Abadía, que ahora él dirige, presentó hace varios años Intensamente azules, una pieza de igual tono naíf para maravillarse con la cotidianidad. En María Luisa no es que tengamos en escena el supuesto aburrimiento; aunque sí que se manifiestan las rutinas habituales de las dos amigas que suelen conversar por teléfono y que quedan los jueves para agotar su charla con naderías propias de su devenir. Por eso, Marisol Rolandi, con su Angelines no puede ofrecer más que su existencia anodina con su afabilidad tan verosímil. No es esta una obra que indague sobre la soledad, no obstante, se da por hecho. Ni sobre los pesares de la ancianidad entre el silencio. Ni, tampoco, sobre la falta de proyectos de más o menos enjundia que pudieran motivar a los vejetes en la última etapa de su vida. Si quiere el espectador, lo puede tener en cuenta; pero aquí todo es mucho más sencillo, tanto que, tal cual entras, tal cual sales, pues no veo por dónde podría quedarnos algún poso. Ya que si únicamente se desea poner de manifiesto cómo la imaginación puede ser la mejor compañera o la idónea incitadora de actividades que aún se anhela practicar, pues bienvenida sea. Puede debamos analizar más. Sigue leyendo

El laberinto mágico

El ciclo de novelas sobre la Guerra Civil de Max Aub encuentra una versión teatral que recoge todas sus esencias

Foto de marcosGpunto
Foto de marcosGpunto

A la hora de llevar a las tablas un ciclo tan extenso como este que nos concita en el que Max Aub a través de seis novelas (de longitudes diversas) y otros cuentos y piezas breves en los que quiso revelar su visión de la Guerra Civil, no creo que sea necesario exigir una fidelidad respecto al relato. En este caso lo más importante es recoger el espíritu, la atmósfera que se nos quiere trasladar desde el terreno de los perdedores de los que, como escritor comprometido con la izquierda (muy crítico luego), se sentía deudor. La versión de José Ramón Fernández podría haber tenido muchos recorridos posibles, pero desde luego no hubiera valido cualquiera. La función que nos ofrecen en el Teatro Valle-Inclán condensa y amalgama las sensaciones de la desesperación, el arrojo y la claudicación con verdadera consistencia. Esto que por un lado nos puede fascinar en cuanto que nos compromete y nos reclama hacia esa historia de nuestra historia ya cada vez más lejana; por otra parte, nos mantiene en una distancia prudencial debido, y esta quizá sea la única gran pega que se le puede poner a este espectáculo, a la falta de unos protagonistas más concretos, más redondos, con los que pudiéramos profundizar no ya solo en el evento, sino en las entrañas personales de algún individuo peculiar. En definitiva, la disolución que se produce ante lo grupal. Todo ello no evita que podamos trazar un línea argumental sobre una compañía de teatro que desde Valencia se propone viajar a Madrid en plena guerra, con entusiasmo y desconcierto a partes iguales. Sigue leyendo