La directora y dramaturga Denise Despeyroux plantea una dramedia autoficcional sobre el exilio en el Teatro Valle-Inclán

Es un poco lastimoso para mí reconocer que Denise Despeyroux ha perdido punch para la comedia. La melancolía se adentra en dirección a un nihilismo desencantado. Las cuitas existenciales de los personajes se enmascaran con aficiones frikis o espurias, que no se sustentan en algo más profundo y sólido que pueda determinar una vida feliz. Mucho de eso ya lo hemos percibido en los últimos espectáculos de la autora. Ya fuera Canción para volver a casa, que se representó en esta misma sala del Valle-Inclán, o Un tercer lugar, estrenada en 2017. Cuando se tiende al humor más desenfrenado, los espectadores ganamos, como así ocurría con La omisión del si bemol 3 o Los dramáticos orígenes de las galaxias espirales. Sigue leyendo