Silvia Zarco recoge toda una serie de tragedias clásicas para hablar de violencia contra las mujeres
Si hace unos pocos años Silvia Zarco nos entregaba su particular visión Las suplicantes, de manera similar, con rasgos morales de la contemporaneidad, ofrece esta Ifigenia, que es más un recorrido sobre diferentes feminicidios dentro del ciclo de la Orestiada (esta temporada hemos podido verla adaptada), que una obra original centrada en exclusiva en este personaje. Pues este es algo secundario y anecdótico en la tradición. Nada que ver con aquel éxito de Iphigenia en Vallecas. Muy diverso es el enfoque que se pretende dotar esta versión, pues la dramaturga establece unas posturas maniqueas sobre el trato terrible que se les da a una serie de jóvenes mujeres. Postura a la que estamos acostumbrados. Ocurrió igualmente con aquellas Troyanas, dirigidas por Ángeles González-Sinde (mejores que las de Conejero), que remitían a las tragedias de Séneca y Eurípides, respectivamente. Sigue leyendo →
La película ganadora del Óscar al mejor guion adaptado en 2004 pasa a las tablas en una versión carente de elegancia
Foto de Sergio Lacedonia
Recuerdo el agrado con el que se tomó la película Entre copas por parte de ese público adulto que se reconforta con esos dramas con hálito profundo; pero que no desembocan, ni mucho menos, en la sentenciosidad. Es decir, una comedia de corte clásico, amable, que, quizás, se sobrevaloró con el Óscar al mejor guion adaptado para Alexander Payne. Ahora, Garbi Losada y José Antonio Vitoria han considerado que esta novela de Rex Pickett merecía versionarse en español al teatro y le han aplicado el zafio filtro de la comedia burguesa comercial, aquella que desarbola a personajes más o menos consistentes y con algo de fondo, para llevarlos a unos extremos risibles. Sí, se busca la risa denodadamente; aunque desgraciadamente no se hace con sagacidad en la mayoría de los chistes; sino a través del humor fálico. Entre grosero y grotesco, se aspira a la gracia recurriendo a la «polla» cada dos por tres. De cómo se puede deambular por algo así o de cómo se puede remontar una relación bastante machirula entre dos tipos que se van de turismo enológico a modo de despedida de soltero es un reto imposible. No voy a negar que este espectáculo sea entretenido y que al final se recomponga con ciertos gestos románticos; no obstante, lo que han hecho los adaptadores, comparado con la película, es tomar a su espectador específico por un garrulo.
Realmente el protagonista que nos debe interesar es Miguel, un escritor que no despunta; pero que parece que por fin va a ver publicada una novela que está negociando su agente literario. Un hombre pesimista, desencantado, a lo mejor demasiado responsable y poco atrevido. Un divorciado. Quizás abandonado por pusilánime. Un tío que necesita encontrar a alguien que lo admire tal y como es, un obsesionado hasta la pedantería, por el vino. Patxi Freytez le da a su personaje suficiente empaque; aunque lo haga descender a tal patetismo, que no terminas de creerte su inteligencia. Demasiado patán; pero, a la postre, con encanto cultural y con una visión de la vida que se sustenta en los placeres exquisitos. Un hedonista que no acaba de desbordar. Muy distinto es Andrés. Lo de este personaje es para largarse del teatro. ¡Qué destrozo! No por Juanjo Artero, quien sostiene toda la función el tono agreste con profesionalidad. Es que resulta agotador cómo se ha exprimido su simpleza y su descaro general. Un hombre infantil, antojadizo, acostumbrado a triunfar con las mujeres, un actor fracasado, pero un productor exitoso —cuesta pensar dónde anida su raciocinio—, que maneja pasta. Entre el esnobismo propio del mundo enológico y la ignorancia del tío este, uno casi encuentra el paralelo con Paco Martínez Soria llegando a la gran ciudad con los topicazos del analfabetismo rural. La falta de sutileza en los diálogos entre estos dos hombretones solamente se suaviza con la llegada de las féminas. Visto así, Entre copas ha envejecido fulgurantemente en barrica de estulticia o, más bien, Losada y Vitoria le han dado un empujón al pasado.
Que ellas introduzcan la temática vinícola en cada escena como si fueran enólogas o unas sumilleres que ansían darle lirismo al asunto y propiciar una atmósfera más elegante e íntima, potencia el maniqueísmo de esta nueva batalla entre mundo femenino y masculino. En plena ruta del vino riojano, llegamos a la bodega donde trabaja Amaia, una encantadora Ana Villa, que le pone algo de sensatez y romanticismo a la rudeza del espectáculo. Se reencuentra con Miguel para dar pie a esa oportunidad tan deseable para unos seres tan afines en sus gustos. Resulta un poco adolescente el ir y venir de desencuentros entre ellos; no obstante, posee algo conmovedor y sencillo que puede emocionarnos. Luego, en la siguiente parada, se afana entre las botellas Terra, que Elvira Cuadrupani vivencia con salero y pujanza. Una chica directa y segura de sí misma; aunque no lo suficientemente avispada como para evitar las garras de ese don Juan que se le ha puesto por delante con todas sus obviedades. En lo que no fallan nuestros adaptadores es en medir los tiempos de manera muy perspicaz. La función posee ritmo y no se demora en asuntos vagos. Sabemos hacia donde nos dirigimos y, al menos, logran captar nuestro interés con una comicidad que va siendo más amable según llegamos al desenlace. Hasta el punto de que nuestro Freytez se pone en plan Job, clamando por su mala suerte.
Luego, la escenografía, con esas compuertas florales como un jardín vertical, habilita el dinamismo al generar distintos espacios para que los intérpretes, a partir de pocos elementos, pueden desempeñar su oficio con comodidad. En definitiva, Entre copas podría haber sido una comedia naíf, pero más adulta, si no se hubieran cargado las tintas para agradar a ese espectador algo burdo. Al final, un entretenimiento.