María Heredia hace suyo el texto esotérico de Valle-Inclán para configurar un espectáculo de corte surrealista

La temporada anterior Pedro Casablanc se invistió de Ramón Gómez de la Serna para recrearnos la biografía estupefacta y fantasiosa de Don Ramón María del Valle-Inclán. En esa ocasión, a través de un ritmo desenfrenado y cabaretero el espectáculo parecía subsumirse al estrafalario personaje. Ahora, en el Salón de los Balcones, en paralelo al Luces de bohemia de la Sala principal, parece que la directora y versionista de este asunto, María Heredia, se ha dejado llevar por otros espíritus, por la magia circense del ramonismo, por el ilusionismo, por el surrealismo de Magritte y las obsesiones temporales de Dalí, por el baile sincopado y sicodélico de Bob Fosse; y por toda una serie de vericuetos que llaman la atención; pero que se alejan de la espiritualidad a la que hace referencia en su libro nuestro célebre dramaturgo. Sigue leyendo
Que conozcamos de sobra el desenlace, no quita para que la batalla dialéctica nos dé un impresionante morbo. El resto de personajes pueden quedar en la sombra y en silencio. Los avatares bélicos propician el movimiento de las piezas en la partida erótica, y el erotismo es una máscara aviesa por sujetar un poder muy quebradizo. ¿Quién hace más teatro? ¿Cleopatra o Marco Antonio? Nuestra mirada romántica nos hace crédulos ante tales arrumacos en los primeros instantes; pero ahí se dirime mucho más. En concreto, la supervivencia política. La reina de Egipto había hecho lo propio con Julio César y ahora no tendría inconveniente en volver a «venderse» a otro romano. 
