Milo Rau vuelve a percutir con la polémica al llevar a escena un injustificable suicidio grupal de una familia de clase media
Me viene ipso facto El séptimo continente de Michael Haneke. Esta es una película de 1989 y el desenlace y el misterio resultan muy similares a lo que Milo Rau pretende exponernos. O sea, trasladar a escena un paralelo simulado (esto es importante) de aquel suicido grupal que cometió la familia Demeester en Calais allá por el verano de 2007. «Normales» se afirma que eran. La pregunta, entonces, que me interesa responder es: ¿tiene nuestro dramaturgo una historia que contarnos o apenas cuenta con un hecho inexplicable? No querer saber o no poder saber o no poder desentrañar esta estupefacción no quiere decir que no podamos intuir, aunque sea atisbándolo, el sentido de la autodestrucción. En primera instancia, la fuerza del compromiso, que tan potente es en las sectas que se «despeñan» en los suicidios colectivos de hálito trascendente. Algo parecido se puede aseverar de los terroristas suicidas (la incapacidad para decirle «no» al grupo es apabullante) o como en esas reuniones de jóvenes japoneses que hacen quedadas mortales en coches asfixiantes. Sigue leyendo
¿A quién le puede interesar la historia de una imprenta de Buenos Aires? A muchos, si eso implicara, simbólicamente, hablar, por ejemplo, de las fases de la revolución industrial, de los mecanismos de automatización, etc. O, quizás, supusiera universalizar las rupturas que acontecen en las sagas vinculadas a un negocio familiar y cómo las generaciones deben hacerse cargo de situaciones muy diversas. Bien, pues nada de esto —al menos de una forma plenamente desarrollada— transcurre en esta obra. Sobre las tablas no ocurre nada que me parezca interesante, nada que justifique una obra de teatro, y menos, con ese despliegue de personal. La anécdota —por llamarla de alguna manera— le compete a su autora; pero no entiendo cómo nos puede afectar o conmover a los demás si no nos permite ir un poco más allá del recuerdo de unas vivencias un tanto anodinas y corrientes. A lo mejor ya está bien de forzar la mirada de esos espectadores tan afanados, tan festivaleros, que se pirran por lo que viene de fuera o por aquello a lo que se le otorga un aura que no merece. Porque hablamos de un estilo teatral que se desgasta por momentos. 