Amaeru

Carolina Román plantea en este drama una búsqueda a través del ejemplo de su propia familia, de lo que supone el cariño dado y necesitado. Sus dos intérpretes realizan una labor cuidadosa en los Teatros del Canal.

TEATRO por el Fotografo Pablo Lorente
Foto de Pablo Lorente

Tras más de una hora de función, uno llega a pensar que la nueva propuesta de Carolina Román ha caído en el artefacto kitsch o que directamente se ha confiado a un costumbrismo que, quizás, a ella le conmueva; puesto que es su familia quien la ha inspirado. No obstante, el público actual puede sentir que el tema es demasiado naíf.

Ocurre, sin embargo, que en el final (no puedo revelar demasiado) se da tal cambio en la perspectiva que debemos adoptar, que el espectador tendrá que optar por tomarlo como otro incongruente desenlace al estilo de Los Serrano o como una deriva futurista a lo Desafío total o el capítulo 3 de la primera temporada de Black Mirror. Ese epílogo —no me tengo más remedio que insistir— quiero tomármelo como una revitalización de una obra que, en su contenido principal, redunda en los clichés de un teatro de costumbres que me queda muy lejano.

La forma de reflejar la rutinaria vida familiar nos conecta con otras obras de la dramaturga como Adentro; aunque, si es por el juego de travestismo, nos induce a recordar la exitosa Juguetes rotos. Pero, ahora, pienso que se han dado unos pasos atrás. Ya que, por mucho que se quieran imbricar varias capas, observar cómo intentan representar hasta tres veces las escenas de una telenovela resulta poco pertinente y hace que asuntos de mayor calado no permeen. Sigue leyendo

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Juguetes rotos

Una obra adecuada para indagar en la dura vida que tuvieron los transexuales durante el franquismo

Foto de Bárbara Sánchez Palomero

A Carolina Román le gusta contar historias y, sobre todo, inmiscuirse en ese caladero de sufrimiento donde los humanos revelan su esencia. Así lo demostró en Adentro, y así lo vuelve a pretender, con más enjundia si cabe, ahora con esta nueva propuesta. Hablamos de realismo social y de una mirada a las vidas de aquellos transexuales que tanto padecieron durante el franquismo; ya fuera por el repudio general o por una legislación que los tenía por auténticos perturbados y enfermos. En este sentido, los personajes de esta obra encarnan la consabida ruta del pueblo a la gran ciudad, del ostracismo a la inevitable aceptación de un mundo laboral que se reducía a los espectáculos de varietés o a la prostitución (en su mayoría, si se querían mostrar tal como eran). Aunque suene algo tópico, no deja de ser interesante reseñar teatralmente estas circunstancias. Nacho Guerreros se mete en la piel de Mario, un funcionario de unos 45 años que, ante la noticia sobre el fallecimiento de su padre, rememora su infancia y cómo ha llegado a su situación actual. Enseguida nos posicionamos en un espacio rural de la posguerra española, donde un chaval amanerado y tímido intenta pasar desapercibido entre tanto macho asilvestrado, sin conseguirlo. Sigue leyendo

Adentro

Carolina Román y Tristán Ulloa excavan en la intimidad de una familia porteña

Foto de marcosGpunto
Foto de marcosGpunto

A veces las familias se sostienen en la inercia y en la costumbre cuando una desgracia, en lugar de implosionar llevándoselo todo hacia el agujero negro, se arrumba soterrada carcomiendo los cimientos de la institución. Carolina Román ha puesto el foco en una viuda perezosa y en una hija llena de coraje y tragaderas, pero es el hermano quien nos ilustra sutilmente acerca de los avatares oscuros que han envilecido el futuro familiar. Sigue leyendo