Historia de una maestra

Raquel Alarcón dirige en el Teatro Valle-Inclán la adaptación sobre la novela de Josefina Aldecoa

Foto de Geraldine Leloutre

En el 2023 Paula Llorens había protagonizado y adaptado la novela de Josefina Aldecoa. Aquella fue una propuesta sin fuste. Esta que dirige Raquel Alarcón en el CDN posee una producción potente, que favorece el adentramiento en lo que quiso narrar la autora. Podría empezar reconociendo que la obra de la pedagoga no me parece que literariamente esté certeramente elaborada. Es demasiado sintética en sus tres partes fundamentales, pasa de refilón sobre ciertas coyunturas históricas, los personajes secundarios apenas están esbozados y hasta de la protagonista se podría afirmar que le falta hondura, que queda opacada por su papel de narradora. Sigue leyendo

Murmullo

Miguel Valentín y Aitana Sar tratan el tema de la muerte en este segundo proyecto del Tríptico de la vida en la Sala Cuarta Pared

Si hace unas semanas se representaba en la Sala Cuarta Pared Todas las casas, la primera entrega del Tríptico de la vida, ahora le toca el turno a Murmullo, segundo episodio, firmado por Miguel Valentín. Estoy convencido de que el autor vio Así hablábamos, la temporada anterior en el Teatro Valle-Inclán. La tristura homenajeaba a Carmen Martín Gaite y organizaba un insustancial dispositivo con jovenzuelos discurriendo sobre la muerte de una amiga entre música. Las similitudes que encontramos en el montaje que aquí nos compete son muy amplias. Por un lado, tenemos la disposición a dos bandas con el elenco desplazándose por el centro. Un amigo ha fallecido y la tristeza inunda la atmósfera. Por otra parte, además, una cantidad enorme de conversaciones triviales llena los minutos en un vaciamiento cansino. La originalidad del asunto radica en la estructura que se pretende insertar, sin embargo, el caos, la incoherencia y una falta de andamiaje clara terminan por mostrarnos un espectáculo muy endeble conceptualmente hablando.

Cuatro individuos regresan del entierro de un amigo común. Han parado a comer en el restaurante La Manduca, y se proponen alargar la sobremesa. Algunos destellos de surrealismo que parecen retrotraernos a El discreto encanto de la burguesía, de Buñuel. Ideas y venidas de Andrés Picazo (todos llevan sus propios nombres) en busca de camareros que no acontecen y de cafés que no se sirven. Su actitud será muy anodina y pasiva. Él estaba enamorado de Simón; aunque, por lo visto, este sentía más fascinación por Fran (Vélez). Este resulta más dicharachero. Intenta escapar de esa situación agobiante y exige a los demás que beban sin freno para huir beodos de ese trance. Por su parte, Nataliya Andru se expresa a través de asanas yóguicas. Luego emprenderá distintas danzas. Una vez asume que su taxi ha quedado en un limbo dando vueltas sin parar y que tardará en marcharse. Ella es la responsable general del movimiento escénico y hay que reconocer que destaca; pues se desarrolla una energía elocuente y una compactación que remite con sensatez al cuento que se nos revela.

En un determinado momento, Marina Herranz, que es quien inicialmente comanda al grupo, quien ostenta un poder superior de seducción, avanza, de improviso, el relato del Simurg (entronca con el tal Simón), un ave mitológica, propia de la cultura persa, extraída del libro El lenguaje de los pájaros, de Farid ud-Din Attar. Es una pena que este fábula, repleta de enseñanzas, y que discurre por los vericuetos del sufismo, no se haya empastado con más pericia. Hablamos del Pájaro-Rey, que come fuego, que posee el don de la sabiduría, y que podemos relacionar con el Fénix. Nos remiten a una abubilla que habla con el rey Salomón y cómo aquella y otros pájaros emprenderán un viaje por los siete valles (La búsqueda, el amor, el conocimiento místico, el desasimiento, la unicidad, la perplejidad y de la pobreza y la aniquilación). Consiste, evidentemente en un proceso de ascetismo, de purificación, que deben acometer antes de descubrir la paz, el hallazgo gnóstico y el encuentro puro con la divinidad. Es, en definitiva, la conexión mística, que requiere desprenderse de lo banal, del cuerpo y del deseo. En este sentido, muy poco se indaga en las complejidades religiosas y simbólicas que se encierran en esa obra del siglo XIII. Podemos deducir que los cuatro componentes, los cuales se adjudican su pájaro favorito, deben pasar por una transformación interna que permita digerir el dolor. Es verdad que se percibe un atisbo de asunción de lo que significa la muerte, de que esa experiencia les vale para recordarse que la vida tiene un final que puede llegar de repente; pero también es cierto que tenemos más de lo mismo. Otra vez la representación vacua del ocio sin más motivo que la distracción. No hay más que ver la extensa escena del karaoke, con una retahíla de canciones populares que les valen para cantar y bailar alrededor de la larga mesa.

En conclusión, todo debía consistir en reflejarse en un espejo. En eso, en gran medida, es hallar a Simurg; no obstante, en la casi hora y media de función el desparrame prima, el relleno con diálogos costumbristas y anécdotas que poco interesan, se combinan con acciones poco convincentes. Los silencios acaban por ser los más elocuentes en una propuesta que dirige Aitana Sar; aunque se le escapa. ¿Cómo es posible que una ruta de autoconocimiento y tan trascendental quede en algo corriente? A veces parece que el ansia posdramática, tan irónica, tan distanciadora ─no vaya a ser que se metan en honduras y en seriedades─ incapacita a los creadores para desarrollar algo importante, que exija en el espectador algo más o, incluso, mucho más.

Murmullo

Dirección: Aitana Sar

Dramaturgia: Miguel Valentín y Aitana Sar

Texto: Miguel Valentín

Reparto: Nataliya Andru, Marina Herranz, Andrés Picazo y Fran Vélez

Ayudante de dirección y creación: Víctor Barahona

Vestuario y escenografía: Berta Navas

Sonido y audiovisuales: Kevin Dornan

Diseño de iluminación: Nuria Henríquez

Movimiento: Nataliya Andru

Fotografía: La Megías Fotos

Diseño de cartel: Irene González Lara (Verde Pistacha)

Edición de vídeo: David Pérez López

Producción y distribución: Cuarta Pared

Agradecimientos: Juan Ollero, Miguel García Lozano, Carlos Mira Morales, Natalia Remón Vila, Pablo Rodero y Javier Victorio

Sala Cuarta Pared (Madrid)

Hasta el 28 de marzo de 2025

Calificación: ♦♦

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Espectros

La versión que presenta María Fernández Ache en el Teatro Español sobre el drama de Ibsen alcanza niveles telenovelescos

Espectros - Foto de Javier Naval
Foto de Javier Naval

Estos Espectros son una debacle total de principio a fin. Estoy más que convencido que cualquier telenovela venezolana tiene menos anagnórisis, menos desvelamientos sorpresivos, que esta obra de Ibsen. Uno se pregunta si este texto tiene solución en escena hoy en día sin que nos parezca absolutamente caduco e infumable; puesto que el grado de inverosimilitud es tal que uno solamente puede recurrir a la risa (no faltan algunas carcajadas en situaciones realmente luctuosas en este espectáculo). Sigue leyendo

400 días sin luz

Vanessa Espín ha escrito un drama que refleja, a través de distintas vivencias, cómo transcurre la existencia sin luz durante dos años en el asentamiento de la Cañada Real Galiana

400 días sin luz - Foto de Luz Soria
Foto de Luz Soria

Antes de meterme en harina, me pregunto: ¿saldrá el espectador con una idea más o menos clara de cómo se vive en la Cañada Real? Respondo que en el Teatro Valle-Inclán no se vivencia la atmósfera degradada de aquel lugar único en Europa. El texto de Vanessa Espín es una fantasía, una fábula, hecha de realismo mágico, que sortea en exceso no solo las distintas problemáticas que cualquiera se puede encontrar en un barrio con los servicios básicos limitados; sino que se obvian otros conflictos de más calado, como la droga, o la masificación de algunas zonas. En 400 días sin luz no hay absentismo ni fracaso escolares. Sí, por el contrario, tenemos a unas honrosas mujeres luchando por sus derechos, a una muchacha que saca sobresalientes y quiere ser médica, a una joven rumana que cuida de su abuelo postizo y otros seres que sacan lo mejor del ser humano. No seré yo quien dude de estos personajes; porque, de hecho, algunos son enteramente reales, pero no vaya a ser que los espectadores se marchen a casa pensando que la disyuntiva es únicamente eléctrica. Sigue leyendo

Marat-Sade

Luis Luque presenta en el Matadero una versión espectacularizada de la obra de Peter Weiss, con una clara pátina pop

Marat-Sade - Foto de Jesús Ugalde
Foto de Jesús Ugalde

Si uno de los hitos teatrales del siglo XX se quiere seguir representando para lograr significancia en el público contemporáneo, y asumir las resonancias sobre luchas que hoy, de formas mucho más sofisticadas, siguen vigentes; entonces es muy conveniente apostar por otras vetas estéticas. Eso ha pretendido Luis Luque con suficiente riesgo; lo que nos deja como resultado un balance positivo y satisfactorio. Primeramente, hay que destacar la escenografía que ha ideado Monica Boromello para la sala Fernando Arrabal del Matadero. El sanatorio más limpio jamás imaginado, tan moderno como pulcro; aunque no se vean, uno podría imaginarse cámaras vigilándolo todo. Es una diafanidad tan gigantesca que, en ocasiones, cuesta llenarla a pesar del extenso elenco. Posee una luminosidad (David Hortelano potencia la blancura torticera) que redunda en una asepsia que va más allá de lo aparente ―como veremos―. La bañera de Marat ocupa el centro como el sarcófago (dispuesto para devorar esa insoportable dermatitis seborreica) donde se hospeda el «amigo del pueblo». En esa geometrización, otro prisma se alza al fondo como un dios de la razón en el que se plasman las impactantes e ilustrativas proyecciones de Bruno Praena. Creo que lo más sugerente de todo el montaje es la música de Luis Miguel Cobo y la interpretación que de ella realizan los cuatro cantores, la banda de rock, con la compacta y lisérgica coreografía de Sharon Fridman. Sigue leyendo