Ana Graciani y Gabriel Olivares elaboran en el Teatro Lara una comedia muy masculina que redunda en los tópicos consabidos

El contexto actual nos va dejando asentadas las nuevas tendencias masculinas, con su buena dosis de «castración», de hipersensibilización y de pusilánime posición frente al empoderamiento femenino. Nuevos desequilibrios para el desnorte general y su consiguiente ansiedad. Esta requerirá, indudablemente, la visita al sicólogo o la incursión en alguna de las múltiples experiencias que ofrece el mercado destinadas a restablecer el estropicio. Por eso me parece conveniente recurrir, por un lado, a la exitosa comedia Una terapia integral. En ella encontramos paralelos, aunque más sofisticados, con la función que nos compete; pues la estructura tiene muchas similitudes. Y, por otra parte, con la serie Macho alfa, que es uno de los ejemplos más cercanos. En ella podemos hallar esa descomposición de los hombres, cuando se ven en la exigencia de readaptarse a las inéditas consignas de la empatía estupefaciente que melle la producción de testosterona. Sin embargo, quizás, podríamos fijarnos en ciertas derivas sociales que se imprimen en la obra El favor, toda ella con reparto masculino y que pudimos ver esta temporada. Desde luego, la idea de Ana Graciani y Gabriel Olivares de situar a los protagonistas en un centro tántrico en Carabanchel parece, desde luego, lo más idóneo para que nuestros muchachotes exploren la armonía de sus nodos energéticos.
La cuestión es que el argumento apenas esboza una situación conflictiva en el barrio, con distintos ataques al local por considerarlo un lugar de inmoralidades varias. No da para mucho el asunto, como tampoco ocurre con el desarrollo de los personajes; puesto que nada más se quedan en el bosquejo y en el estereotipo. El sustento del montaje consiste en la sucesión de ejercicios sui géneris, que se aproximan caricaturescamente a las posturas del tantra. Eso favorece un humor facilón con la lengua, con algo así como el hindi o cualquier idioma oriental (algo similar a como se pergeña la humorada en filmes como Ocho apellidos marroquís).
Así, todo transcurre en esa escuelita, decorada adecuadamente con sus budas y sus símbolos sagrados, con sus mats y sus inciensos. Estupenda ambientación para que los intérpretes puedan desplazarse con agilidad, pues, además, el fondo incluye algunos paneles que permiten entradas y salidas rápidas. Ciertamente, el espectáculo es ágil y fluido, y las risas que propician van en aumento hasta lograr el desenfreno con el masaje final. Contamos, inicialmente, con un Alberto Amarilla absolutamente metido en su papel de improvisado maestro Shiaburi (el auténtico ha desaparecido). Queda la duda, o no se aclara demasiado, si, esa huida del gurú es la enseñanza definitiva a su pupilo, porque este, con un poco de arrojo y confianza, podrá leer la auténtica esencia de sus alumnos a través del iris, en momentos hipnóticos y extáticos. Quizás aquí sí que habría más recorrido para completar a este tipo. De todas formas, nuestro protagonista desarrolla su espontaneidad y su improvisación en la reinvención de las prácticas. La parte espiritual quedará trastocada por la concatenación de chistes falocráticos que harán del lingam todo un endiosamiento.
Tres clientes trazados de una manera un tanto gruesa para que el público los capte al instante. Conocemos al joven Nico, que se ajusta al prototipo de gay que tiene una relación con un señor. Casi no sale de ese esquema y se dedica a realizar esparajismos para hacer de la pluma un modo de ser. Jorge Vidal se explaya con verdadera comodidad. Si la obra tuviera algún atisbo de pulsión política se enfrentaría a ese simplón y, autodefinido, «heterobásico» de Leo. Un muchachote que ha caído por «error» en aquel centro, después de que sus colegas, en plena despedida de soltero, creyeran que ahí se daban otra clase de masajes varoniles. Lo encarna Max Marieges con verosímil tozudez. Será el que más evolucione. Todo un logro para un ser primitivo que asuma algunas normas mínimas de respeto a sus compañeros. Descubrir que las técnicas del tantra son estupendas para contravenir la eyaculación precoz abre cualquier chakra endurecido por la ranciedad. Finalmente, Javi Martín, quien resulta el más gracioso con sus obsesiones, se acoge a un espécimen estrafalario. Entre friki y asperger, que «carga» con el «duro» complejo que le propicia su micropene. Imagínense las comparaciones y las chanzas. En cualquier caso, todo el elenco logra, eso sí, transmitir un noble sentimiento de fraternidad e, incluso, de incipiente amistad. Se insiste, por lo tanto, en ese tópico tan masculino de que los hombres necesitan un empujoncito o un masajito para que abran su intimidad a sus congéneres.
No se puede dudar de que gran parte de los espectadores se carcajea con gusto; pero hay que reconocer que los mimbres no conceden más que un rato divertido que se diluye nada más se enciende la luz. Comedia de verano.
Dramaturgia: Ana Graciani y Gabriel Olivares
Dirección: Gabriel Olivares y Ana Graciani
Reparto: Alberto Amarilla, Max Marieges, Javi Martín y Jorge Vidal (en alternancia: Abraham Arenas y Diego Rioja)
Ayudante de dirección: Jesús Redondo
Asesoría de movimiento: Andrés Acevedo
Escenografía: TeatroLAB Madrid
Diseño de iluminación: Carlos Alzueta
Diseño de sonido: Tuti Fernández
Vestuario: DeGea
Diseño de cartel: María La Cartelera
Diseño gráfico: Sergio Avargues
Vídeo: Daniel Estevan
Prensa y comunicación: Toni Flix y Clara Ortega
Comunicación y marketing: Angy Abalo y Zahira Corral
Producción: El Reló Producciones y Teatro Lara
Producción ejecutiva: Gaspar Soria, Antonio Fuentes y Clara Ortega
Teatro Lara (Madrid)
Hasta el 8 de septiembre de 2025
Calificación: ♦♦
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