Todo el tiempo del mundo

Pablo Messiez nos propone una incursión desconcertante en la eterna reconstrucción de nuestros recuerdos

Foto de Vanesa Rabade
Foto de Vanesa Rabade

Durante toda la historia de la filosofía sus protagonistas se han preguntado insistentemente sobre la realidad, el tiempo y la memoria. Temas recurrentes a los que quisieron poner un fin conclusivo los físicos, aunque los artistas han sabido mantener el suspense sobre si el aquí y el ahora nos pertenecen a nosotros o si son producto de nuestra ensoñación. Pablo Messiez juega con estos elementos en un drama de inspiración autobiográfica en la que Flores, el dueño de una zapatería que lleva este sugerente apellido, va a reconfigurar su pasado o, quizás, su futuro, en una vuelta de tuerca a la relatividad einsteniana. Posee la obra del dramaturgo argentino un deje beatífico a lo Frank Capra. Si nos fijamos en Qué bello es vivir, podemos hacer un paralelo tanto estético como moral. Aquí, en Todo el tiempo del mundo, no tenemos un ángel, pero conocemos espectros, aparecidos, visitantes, remedos de recuerdos posibles que cumplen esa función tan necesaria de recuperar las esencias vitales. Sigue leyendo

La distancia

Pablo Messiez adapta la novela de Samanta Schweblin a través de una atmósfera onírica

la-distancia-fotoNo se puede negar que, al principio, cuando surge ese niño refiriéndose a los gusanos que tiene alrededor, mientras se dirige a una señora en silla de ruedas, la extrañeza nos toma de la mano para dirigirnos hacia la resolución tanto del misterio como de la nebulosa situación. Los fluidos cambios de tiempo y espacio, de postura y tono, y la evidente participación de espectros y conciencias comatosas, recogen parte del testigo lanzado por Juan Rulfo en Pedro Páramo y nos subsumen en una sustancia onírica que lucha con fuerza realista. Si no fuera por estos mecanismos que tan bien funcionaron en la novelística adscrita al realismo mágico, el argumento de La distancia cojearía un poco o, si se quiere, sería un tanto redundante, porque parece que hay un empeño por no avanzar en el relato, da la impresión de que el niño no quiere soltar prenda con tal de mantener la intriga. Pero los procedimientos a los que se acoge Messiez poseen el poder de convocar lo simbólico, ya sean las relaciones maternofiliales, significadas precisamente por esa «distancia de rescate» (un concepto que suena a puro socorrismo de piscina y que es emblema de nuestra sociedad hiperprotectora), o las fuerzas de la naturaleza como vengadoras ante nuestro propio ataque (como si La Tierra hubiera sido mayoritariamente un páramo antes de nuestra aparición). Sigue leyendo

La piedra oscura

Reponen la exitosa obra de Alberto Conejero sobre la fatídica historia del último amante de Lorca

la-piedra-oscura-foto«¿Cómo vais a vivir el resto de los días?», pregunta retóricamente Rafael Rodríguez Rapún ya muy avanzada la función. Solo frente a un inocentón que no frisa los veinte y que le ha tocado del bando nacional, que apenas lee de corrido y que su vida en la Cantabria de los años treinta había transcurrido en el tajo y la tozuda labor en el campo, solo, digo, frente a un timorato muchacho, Sebastián, como el santo patrón de los gays, que sujeta el fusil con el mismo temblor con el que expele sus palabras, se puede mantener un diálogo áspero, una conversación anodina y hasta una charla emotiva y trascendental para la memoria, la literatura y la dignidad de este país. La pieza de Alberto Conejero ha logrado concitarnos nuevamente frente a esa colección de tópicos que arrastramos desde que se han vuelto a tratar ciertos temas. Regresamos a la guerra civil, a los bandos, y nos trae de vuelta a ese mártir en que hemos convertido a Federico García Lorca. Son motivos que nos conmueven, que reconocemos cercanos y que atravesamos con esa sensación misteriosa del desvelamiento. ¡Cuántas historias nos quedan por conocer y cuántos relatos aguardan en las cunetas! La piedra oscura pudo ser un drama del poeta, similar a El público, donde trataría de forma algo más sencilla el tema de la homosexualidad, según comenta Ian Gibson. Apoyándose en este hecho, Conejero ha recreado los últimos momentos de Rapún inventándose un encuentro con un joven soldado en un hospital militar. Dos vectores de enganche propician el devenir de la función. Sigue leyendo