La sumisión y el porvenir está en los huevos

Morfeo Teatro se agarra a este díptico de Ionesco, para abordar la desazón de un joven que no quiere procrear

La sumisión y el porvenir está en los huevos - Foto de Francisco Álvarez
Foto de Francisco Álvarez

Todo el humor absurdo ha sido integrado de tal manera en nuestra sociedad que, ya se habla de la postironía para definir a aquellos idealistas que creen con fuerza en su activismo, en sus proclamas; pero que se ven incapaces de cumplirlo. Véanse esas pobres gentes que sufren ecoansiedad debido a la impotencia de observar que su labor es insuficiente para salvar el planeta. Quien lleva de forma humorística este extremo son los malhadados de Homo Velamine, quienes han tenido que pagar por su osadía literalista en una sociedad que cada vez entiende peor las metáforas y, sobre todo, la ironía. Por resulta tan interesante volver a Ionesco, porque él sí que se mueve en la conjunción de la susodicha ironía y la crítica social, desde una ridiculización autoasumida de sus propios personajes. Sigue leyendo

El coloquio de los perros

Morfeo Teatro configura una estética tenebrista para dar cuenta de esta novela ejemplar de Cervantes

El coloquio de los perros - FotoVivificar con sentido la persuasión entre perruna y humana que ideó Cervantes para este ejemplo a la contra, no es tan sencillo como parece, si nos imaginamos la simple narración de los hechos. Aunque por momentos se echa en falta cierto dinamismo, lógico en unos canes, y que, además, el ruido ambiente que se cuela en la noche en el Corral Cervantes no permite una audición más clara; las gentes de Morfeo Teatro, que llevan con este montaje deambulando años por aquí y por allá como el protagonista máximo de la novela, han propiciado una plasmación idónea. No diremos que en la adaptación de Francisco Negro se comienza en in medias res; pero el espectador se ve obligado a recordar —o a conocer—, que el asunto viene de la novela anterior, es decir, El casamiento engañoso, y que es uno de sus personajes, el alférez Campuzano, quien había estado ingresado en el Hospital de la Resurrección en Valladolid (donde estuvo viviendo don Miguel, cuando se trasladó allí la corte para que, entre otros asuntos, el duque de Lerma hiciera de las suyas), y que ha escrito la conversación entre dos perros que se solían tumbar en los alrededores de la susodicha institución médica. Sigue leyendo