María Velasco ha escrito un texto donde viajar hacia el sur se convierte en metáfora de introspección
Burgalesa de treinta años busca encontrar oxígeno puro en las Áfricas que ella se imagina dentro de su cabeza de castellana educación. El destino es el propio viaje; reencontrarse o realizarse o dejar que la experiencia abra nuevos caminos y posibilidades. Marta Cuenca es el álter ego de la dramaturga María Velasco, acompañada de una serie de proyecciones en vídeo que nos adentran en su aventura (tomando referencias de Robinson Crusoe), más un viejo televisor, un ordenador y una cámara que, en varias ocasiones, se convertirá en objetivo primordial de la representación, aunque sea Marta la que lleve constantemente la voz cantante con determinación y timidez a partes iguales (puro conflicto). Quizás se haya forzado en demasía la presencia del aparataje tecnológico para un texto poético, galopante y barroco, y que en los ajustes con los vídeos pierda comprensibilidad. Al contemplar este uso de medios audiovisuales, inevitablemente me vino a la cabeza una efímera visita de Christiane Jatahy, la brasileña que adaptó La señorita Julia apoyándose en medios cinematográficos. Además, se dan varias coincidencias aún (desconozco si María Velasco tuvo la oportunidad de ver alguna de las representaciones hace un par de años): el amante es negro, la protagonista necesita liberarse de los corsés de sus costumbres y también se da una escena filmada en la plaza de Lavapiés (en un juego metateatral) de forma parecida a lo que ocurre con Líbrate de las cosas hermosas que te deseo. Sigue leyendo
