El estilo del teatro filmado se impone en la dramaturgia contemporánea europea; y una de sus principales artífices, Katie Mitchell, nos ofrece una adaptación de la novela de Virginia Woolf

Lo más normal es que Paul B. Preciado se apropie del Orlando, de Woolf, para emprender su autobiografía fílmica en el desarrollo de ese mundo disfórico en el que parece vivir y en el que defiende que deberíamos vivir todos. Una egolatría más que puede tener repercusión en el arte performativo, como un revival setentero, pero que filosóficamente hace aguas, pese a quien le pese.
El Orlando, la novela de 1928, no para de ganar adeptos, no para de resimbolizarse en esta atemorizante disolución queer que están padeciendo las nuevas generaciones en el cuestionamiento de su existencia sexual, mientras las eternas distracciones les provocan ansiedad generalizada. Ya tuvo éxito la versión de Sally Potter con la idónea Tilda Swinton y, bastante después, Guy Cassiers nos aburría hasta la saciedad con su mortuoria monotonía dramatúrgica. Ahora llega Katie Mitchell a desbordarnos con su «mecanismo». Sigue leyendo