Juan Navarro y Gonzalo Cunill crean una dramaturgia performativa y extraña para recrear el universo del escritor David Foster Wallace
Quizás haya pocas dudas al considerar La broma infinita (1996) la mejor novela del final del siglo XX; aunque, realmente, cuando uno la lee, más le parece la mejor de nuestra época que aún dura. Que David Foster Wallace se suicidara en 2008 era más que previsible; pues la depresión lo atenazaba y las pastillas que tenía que ingerir para contenerla lo llevaban a pasar meses fuera de juego. Desde entonces, hemos ido descubriendo mucho de su obra inédita, gracias, en parte, a la pequeña editorial Pálido fuego. Sigue leyendo