Jesús Torres establece un combate de boxeo en escena a través de Rukeli, el boxeador aniquilado por los nazis; y Saúl, un muchacho gitano de los años 90
¿Nos metemos en harina o seguimos con el tabú? ¿Podemos reelaborar la pregunta que se nos lanza, que se les lanza a los escolares que acuden a ver esta función, o voy a ser políticamente incorrecto? Pregunta Jesús Torres, a través de su personaje Saúl, a finales de los 80, ya adentrándonos en los 90 (punto a tener en cuenta, no vayamos más atrás): «¿Qué significa ser un “hombre de verdad”?». Si se preguntara: ¿Qué significa ser un «hombre gitano de verdad»?; ¿no nos aproximaríamos más a la cuestión esencial; aunque se nos pudiera acusar de esto y de aquello? El patriarcado que antropológicamente sostiene el gitanismo, no puede obviarse en este tema. La homosexualidad en el mundo gitano viene prohibida doblemente, tanto por la tradición, como por las presiones evangélicas, que actualmente son mucho más contrarias a esa condición sexual que el catolicismo (y ya es decir), si lo comparamos con otra rama del cristianismo, y nos mantenemos en el ámbito de la religión. En cualquier caso, Puños de harina son dos cuentos con moraleja, y como su autor ha querido ser ecuánime en el reparto del tiempo; pues lo que observamos son dos historias distintas, que prácticamente nada tienen que ver, que se resuelven en cuarenta y cinco minutos cada una; y que, por lo tanto, carecen de la longitud necesaria para profundizar hasta donde se debiera. Los dos relatos merecerían una obra «completa» para que pudiéramos aquilatar la controversia. En definitiva, asistimos a un combate de boxeo con veinte asaltos intercalados. Por una parte, se nos narra (hay exceso de narración) la vida de Johann Wilhelm Trollmann (1907-1944), más conocido como Rukeli (en la lengua romanó de los sindi, los gitanos centroeuropeos, ‘árbol fuerte’), gitano alemán y gran boxeador. Sigue leyendo