La tristura se acoge a la influencia de Carmen Martín Gaite para elaborar un espectáculo banal en el Teatro Valle-Inclán

Tomemos esta función como un segundo episodio de aquel éxito llamado Future Lovers. Si en aquella propuesta la espontaneidad de los jóvenes era apreciable y magnífica, repleta de romanticismo, esta que aquí nos encetan es de una vaguedad, una ñoñería y una insignificancia que ya hay que rechazar de plano. Porque los componentes de La tristura ya nos han dado suficientes muestras de este entontecimiento. Véase, por ejemplo, la obra que Celso Giménez presentó en solitario la temporada anterior: Las niñas zombi. Pero qué decir, por otra parte, de la película de Itsaso Arana, Las chicas están bien, que es otra deambulación, en la línea de lo que hace su colega Jonás Trueba. Que ocurra algo sustancial es puro azar. Sigue leyendo

