Elogio de la pereza

La dramaturga rumana Gianina Cărbunariu lanza una reflexión sobre los desafueros del mundo laboral de nuestro presente a través de semblanzas ejemplares

Foto de marcosGpunto

Las expectativas con esta nueva obra de Gianina Cărbunariu eran altas, después de que nos deparara un gran aldabonazo con aquella función que presentó hace dos años en este mismo espacio del Teatro Valle-Inclán, titulada De vânzare / For sale. Pero lo cierto es que Elogio de la pereza adopta un tono que rápidamente se nos torna anticuado, guiñolesco y con un discurso poco clarificador en sus objetivos. El planteamiento nos dispone un Museo del trabajo y de la explotación, que se está creando en el futuro; cuando la jornada laboral dure tres horas. La idea de qué hacer con tanto tiempo de ocio ―parecería la Edad Media―, no se desarrolla y, desde luego, nos quedamos con las ganas de comprobar las cuitas existenciales. Lo que sigue es una visita guiada por las salas del susodicho museo. Un recorrido expuesto con ese acento suave de sátira, de incisión estereotípica, de cuentecillo moral carente de la crítica mordaz (además de la autocrítica sobre nuestra responsabilidad política y ética) que uno espera de una obra de teatro inteligente. Los referentes parecen evidentes, el más claro ―como así se nos hace saber en la primera etapa― es Paul Lafargue (el yerno de Karl Marx), que con su libelo El derecho a la pereza, se ha ganado toda nuestra admiración. Sigue leyendo

Anuncio publicitario

De vânzare / For sale

Una potente muestra en escena sobre la ocupación de tierras en Rumanía por parte de grandes empresas

de-vanzare-for-sale-fotoDe vânzare / For sale forma parte del Programa Teatrul Odeon de Rumanía, incluido dentro del ciclo «Una mirada al mundo» del Centro Dramático Nacional. Una obra que se presentaba a continuación de otra, Contra democraţiei, del autor barcelonés Esteve Soler y, a cargo, también, de los rumanos. Pero como uno, en este mundo que vivimos, no sabe en qué momento comienzan las funciones, quise pensar que todo estaba hilado. Poco antes de empezar, mientras descansábamos nuestras neuronas de tanta proclama política, se nos fue repartiendo en el guardarropa un aparatito para poder seguir la traducción simultánea. Los setenta espectadores nos fuimos situando en una improvisada cola, hasta que descubrí que las cordiales responsables de sonido, nos reclamaban alguna identificación, «algo en prenda», decían, «el carné de identidad, por ejemplo», «yo no tengo el carné de identidad», respondí, «pues déjanos, algo: el abono transporte, una tarjeta de crédito, las llaves de tu casa», «yo no tengo nada, y las llaves no te las pienso dejar». Me aparté a un lado hasta que se resolviera el conflicto mientras los dóciles asistentes iban dejando su DNI, su Visa y, como pude comprobar, hasta las llaves de su propia casa, para que le entregaran el jodido chisme (supongo que de un precio inimaginable). Sigue leyendo