La adaptación de José Ramón Fernández sobre la trilogía de Pío Baroja se envuelve en un tono excesivamente caricaturesco
Que la empresa, a priori, era arriesgada eso es más que evidente y, por eso mismo, la producción parece que debiera haber sido más acorde con el magno planteamiento. Porque la factura se torna macilenta, pobre y repetitiva. Una especie de quiero y no puedo permea el ritmo. Conviene comparar este montaje con El laberinto mágico, la adaptación del ciclo novelístico de Max Aub que José Ramón Fernández hiló para que Ernesto Caballero lo dirigiera en el CDN. Evidentemente, son historias muy distintas; pero la ambición inicial posee elementos similares en cuanto a su magnitud y a su longitud. Pienso que el versionador, en este caso, no ha estado tan fino a la hora de reducir o, incluso, anular la presencia del propio Baroja (trasmutado en ocasiones en el Unamuno más nivolesco, con esos guiños metaliterarios infunde) que encarna Ramón Barea. Sus descripciones, sus acotaciones valen para que tomemos aire; aunque también para que el dinamismo se resienta. Sigue leyendo