Una costilla sobre la mesa: Padre

Angélica Liddell completa su díptico a partir del texto de Gilles Deleuze sobre Sacher-Masoch en un montaje irregular

Una costilla sobre la mesa - Padre - FotoDesplegar y cerrar el díptico sobre los progenitores fallecidos. Madre tuvo una concisión mayor, una recursividad con el folclore y con la religión más apegada a lo telúrico, con significado más claro. Padre cae en el vicio del teatro posdramático: desperdigar los motivos y los símbolos sin ánimo vertebrador, esperando que el espectador más afanado se entregue a una posible interpretación entre otras múltiples. Creo que sería conveniente despegarse un tanto del ensayo que publicó Gilles Deleuze en 1967 (Presentación de Sacher-Masoch. Lo frío y lo cruel), fundamentalmente porque este no realiza una aproximación litúrgica y cristológica tan patente como la dramaturga. Sigue leyendo

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Una costilla sobre la mesa: Madre

Angélica Liddell elabora su propio vía crucis expurgatorio para digerir la muerte de su progenitora

Foto de Susana Pavía

No estamos ante una pieza de vanguardia teatral, ni un posdrama (al uso), estamos ante un artificioso rito compuesto de elementos enteramente españoles y cristianos, de una España enraizada en la pena negra y en la pobreza, en la tradición telúrica y en el folclore alegre que alienta los pueblos, en este caso, de Extremadura. Pero los Teatros del Canal no son un templo, ni un lugar mágico, no son una catedral, por mucho que los amantes de la Cultura consideren actualmente tal trasposición. ¿Y el público que incita con fervor un espectáculo así? Déjenme que elucubre sobre nuestro país nihilizado, sobre el país de los nacionalismos que repudia permanentemente el conocimiento y el estudio de sí; un país donde los modernos ignoran un pasado que ha sido capaz de aventar un espíritu de los tiempos que hoy se desvanece. Una elegía para su madre, un planto, un plañido, una copla a la muerte de su progenitora, una convocatoria manifiesta de aquellos motivos y costumbres que dieron forma a esa señora extremeña y de su hija en Santibáñez el Bajo (Cáceres). Es una colección de símbolos, claro, ahí está su arte; pero todo este expresionismo exacerbado no deja de tener unas bases absolutamente claras. El problema es que nosotros hemos abandonado ese mundo totalmente. Cualquiera que viva o haya vivido de cerca (o de dentro) alguna de las Semana Santas esenciales de nuestra geografía ―pongamos, por ejemplo, Zamora― entenderá con claridad hasta donde te subsume esta estética, inevitablemente yerta, tanto como un suvenir. Es una performance imposible en el diálogo con un tiempo que debería haber resguardado sus raíces; sin embargo, el desprecio nos caracteriza. Sigue leyendo