La tristura plantea un viaje desde el futuro hacia el momento crucial de unos adolescentes

Reconocer el punto de partida. Reconocer en tu memoria el día de tu epifanía; cuando tomaste conciencia de quién ibas siendo, de que tu madurez se había iniciado. Sí, «Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde /—como todos los jóvenes, yo vine / a llevarme la vida por delante.», que expresaba Gil de Biedma. Con el prólogo, enseguida, me trasporto al capítulo de Black Mirror titulado «San Junípero». Sara Toledo se enviste de guía. Es su historia, es su experiencia. Estamos en el futuro lejano y desde allí ella (imaginemos alguna empresa que nos pueda ofrecer la siguiente aventura) pretende situarse en una noche muy concreta de 2018, cuando terminó el curso y se marchó a un descampado a las afueras de la ciudad con sus amigos del instituto para celebrar el cumpleaños de su novio. La noche en la que tuvo la «primera decepción de su vida». La actriz ya adopta el lenguaje fluido y espontáneo, muy fresco, que va a estructurar toda la función. Luego, descubrimos plenamente la escenografía que nos va a acompañar hasta el final y que ha creado Ana Muñiz: una imagen gigantesca con el skyline de Madrid, una pequeña arboleda y el maletero bien cargado de botellas de un Opel Astra blanco. Sigue leyendo