Sabes que las flores de plástico nunca han vivido, ¿verdad?

Mireia Gabilondo firma y dirige esta dramedia en el Centro Dramático Nacional para abordar conflictos de salud mental

Sabes que las flores... Foto de Bárbara Sánchez Palomero
Foto de Bárbara Sánchez Palomero

En la abundancia de obras en las que últimamente está enfrascados los de Tanttaka Teatroa parece que el tono fabulístico con derivas didácticas se asienta de forma imperante. Si hace unas semanas El nadador de aguas abiertas nos daba una lección de amistad y de valentía, la temporada anterior era Del color de la leche, con esa muchacha analfabeta que interpretaba Aitziber Garmendia, donde hallábamos otros ejemplos vitales. Precisamente, esta misma actriz logra con el texto que firma Mireia Gabilondo una actuación espléndida y repleta de dificultades. Sigue leyendo

Del color de la leche

La exitosa novela de Nell Leyshon salta a escena para recrear esta historia de abusos ambientada en la campiña inglesa durante el siglo XIX

Del color de la leche - FotoPara empezar, digamos que Del color de la leche funciona mejor en su puesta en escena que como novela. Esta se ha convertido en casi un bestseller. No me extraña, ya que no solo es breve, sino que está escrita por Nell Leyshon con un artificio que favorece la lectura y que, incluso, podría recomendarse a los adolescentes. Porque entendamos que la verosimilitud es más que cuestionable. Una quinceañera que acaba de aprender a leer y a escribir no solo es capaz de narrar su historia de una manera legible y correcta (pocos errores sintácticos u ortográficos, amén de un vocabulario variado aceptable), sino que llega a usar metáforas (el mismo título referido a su pelo) y otras figuras retóricas que raramente se le pasarían por la cabeza. Sigue leyendo

La calma mágica

Alfredo Sanzol presenta su último ingenio en el Valle-Inclán

la-calma-magica_06Suele ocurrir que las comedias se toman por intrascendentes y se juzgan más por el divertimento que procuran que por sus engranajes ocultos. Pero los maestros, como lo fue Billy Wilder, conseguían conjugar la melancolía y la nostalgia con el escape humorístico decorado con ironía. De la misma forma, Alfredo Sanzol va construyendo con mimbres propios toda una carrera en este género. Si en sus primeras obras (Sí, pero no lo soy o Días estupendos) optó por el tejido de escenas casi independientes, casi de sketchs, de un tiempo a esta parte (Aventura!, la temporada anterior), sus textos se ofrecen abigarrados y mucho más serios; preparando la conflagración. En La calma mágica —tras un preludio musical absolutamente sugeridor de las comedias y teleseries anglosajonas de larga tradición—, partimos de una entrevista de trabajo y de unas setas alucinógenas que el entrevistado traga sin muchas contemplaciones, como si tal ofrecimiento fuera casi lo que necesitaba. A partir de ahí, el discurrir enteógeno, inspirado, no por un dios, si no por su padre fallecido, lo lanza a una experiencia que parte de la insignificante grabación de un vídeo en el que él mismo sale durmiendo para, bastante después, terminar en Kenia, tras haber luchado con su némesis, un empresario sin demasiados escrúpulos. En pleno ascenso onírico, los símbolos se suceden, ocultos, en la concatenación de situaciones cómicas y extrañas, trufadas de tópicos de nuestra modernidad como el ecologismo, la defensa de los animales, la transgresión de nuestra intimidad, los miedos a la vida adulta y el turismo de advenedizos. Entre la simbología más evidente, un elefante rosa, el Ganesha hindú, cuerpo de hombre, cabeza de paquidermo, ahuyentador de obstáculos. Sigue leyendo