Proyecto Bufo presenta en la Sala Cuarta Pared su peculiar sesión de brujería para reconciliar el pasado
Cuando haces participar en una obra de teatro a un zombi, invocado a su vez por una chamán que resulta ser la hija del interfecto y, para más señas, estudiante de Bellas Artes y dada a los sortilegios con aire de teletienda, adentrarte con seriedad en una investigación de corte familiar, resulta harto inverosímil. Y esta es la dificultad para otorgarle un tono sostenible durante una hora y cuarto a la obra que ha escrito Juanma Romero Gárriz. O vas en serio, tipo Yo anduve con un zombi (1943) de Jacques Tourneur, o te decantas firmemente por continuar la estela de George A. Romero (desconozco si es un antepasado del propio dramaturgo). En este caso, parece que la referencia es más Álex de la Iglesia. Es decir, agitar en un cóctel de sustancias inmiscibles: el chamanismo bisoño, la guerra civil española, los secretos familiares y el inframundo, aderezados con unas pizcas de humor negro. Uno de los rasgos que destaca en la obra es el movimiento. Por un lado, los espíritus tutelares que van surgiendo de improviso a dar eco a los deseos y a infundir energías giran alrededor de los protagonistas como en una danza macabra que Darío Sigco y Jaime Moreno componen con gran dinamismo. Este es uno de los aportes más coherentes en toda la función. Luego están los movimientos de muerto viviente que transmite Ignacio Yuste con su interpretación del padre fallecido. Desde luego su trabajo de expresión corporal entre los espasmos cervicales y su atonía muscular es inmejorable. A esto hay que añadir los estados de trance en los que entra Itziar Ortega en su interpretación de la chamán casera que quiere comunicarse con su padre; su entrega a la locura es generosa. Completa el elenco Tito Rubio-Iglesias que, por ser el más normal, contribuye a la estupefacción que provocan los hechos tan fantásticos en los que se adentra. Lástima que la falta de medios no haya propiciado una escenografía más vigorosa. Los pocos elementos que aparecen al fondo del escenario (quizás hubiera sido mejor buscar la desnudez total) se tornan insuficientes para acompañar a un gran baúl que metafóricamente concentra al ataúd y a los recuerdos. En la propuesta que nos ofrece Arturo Bernal se echa de menos un mayor desarrollo de las subtramas. El relato de las diversas biografías familiares, sus ocultaciones y las posteriores transformaciones requieren más temple. En lugar de buscar la representación se recurre demasiado a la exposición, como cuando se encarnan mágicamente en antepasados suyos en pos de una verdad que se les escapaba. Leyendo el texto de Romero Gárriz uno se encuentra con una obra más compleja y repleta de recovecos que no terminan de afianzarse en escena, seguramente porque necesitarían más tiempo. Árbol adentro cuenta con grandes pretensiones, con una propuesta arriesgada y con una apetecible búsqueda de respuestas coherentes y fiables a través de lo irracional, de lo mágico, pero que no terminan de cuajar en una representación con demasiadas ramas entrelazándose en poco más de una hora.
Texto: Juanma Romero Gárriz
Dirección: Arturo Bernal
Reparto: Itziar Ortega, Ignacio Yuste, Tito Rubio-Iglesias, Darío Sigco y Jaime Moreno
Escenografía y caracterización: Caja Negra
Vestuario: Laura Jabois y Caja Negra
Iluminación: Alfonso Ramos
Espacio sonoro: Proyecto Bufo
Tema musical principal: Nicolás Enciso
Sala Cuarta Pared (Madrid)
Hasta el 24 de enero de 2015
Calificación: ♦♦
Texto publicado originalmente en El Pulso.
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