Viejo, solo y puto

Drama agridulce sobre los avatares de dos travestis en una farmacia cochambrosa

Foto de Brenda Bianco
Foto de Brenda Bianco

Última etapa del ciclo «Una mirada al mundo» en el Centro Dramático Nacional; esta vez con una propuesta argentina firmada por Sergio Boris. Acertamos a enmarcar el almacén de una farmacia algo desvalida, con varias estanterías roñosas, ocupadas por cajas de medicamentos poco fiables. La presencia de dos travestis, dos transexuales en proceso de transformación bajo la aquiescencia de su chulo y, a la sazón, hijo del dueño de aquel establecimiento, me recordó instantáneamente, por ese tono hiperbólico y amanerado que llegan a adoptar este tipo de individuos, a los que dada su situación de marginalidad no tienen más remedio que hacer de su cuerpo, strictu sensu, su modo de vida y de su expresión, su eslogan publicitario, a Tangerine (2015), la película de Sean Baker protagonizada por una prostituta transgénero, donde mediante una acibarado relato se muestra la dureza de la calle. Pero no, aquí estos personajes cumplen un papel accesorio, de igual manera que lo acaban teniendo el resto. Directamente, podemos identificar Viejo, solo y puto como un cuadro de costumbres, por qué no. Igual que podemos levantar la mirilla de la puerta y observar a una familia cualquiera en sus tareas domésticas en una época x, podemos aproximarnos a esta botica y contemplar durante poco más de una hora cómo se trapichea, cómo se discute o cómo se monta el quilombo. Cuando aceptamos que allí no va a transcurrir ninguna historia, que la trama es el puro acontecer, solo queda fijarse en el deambular de aquellos hombres arrastrados por una inercia cuasideterminista. Sigue leyendo

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