El mercader de Venecia

Tímida versión de Eduardo Vasco, realizada por Yolanda Pallín, del clásico shakesperiano

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Si fuera por el conocimiento popular que se tiene de El mercader de Venecia, se podría afirmar, sin duda, que el tono serio en referencia al judío Shylock es lo más relevante; pero la verdad es que es una comedia, pues su final así lo indica. Es una obra llena de paradojas y no todas afortunadas, por mucho que haya sido Shakespeare quien las haya escrito. También es cierto que, si es una versión, realizada por Yolanda Pallín, lo que nos ofrece Eduardo Vasco bien hubiera estado que las tintas se hubieran cargado más hacia la tragedia que hacia el inverosímil desenlace. Al espectador actual le interesa el judío, la vida de los mercaderes, los albores del capitalismo, la importancia de cobrar los préstamos (y tanto que se remarca) apoyados en una ley firme y, sobre todo, la cuestión de la usura, un concepto de verdadera trascendencia que aquí se queda a medias. Lo que no resulta muy sugerente es el cuentecillo de Porcia, una mujer rica de Belmonte, que juega a buscar marido a través de unos cofres con acertijos que, en escena, incluido un noble baturro que Pallín y Vasco se han sacado de la manga y que tiene cierta gracia, parece el Un, dos, tres… responda otra vez (mucho más, si luego dueña y sirvienta se disfrazan con unas gafitas redondas; ya tenemos a las azafatas). En esta trama amorosa, el final de Disney se torna absolutamente increíble, es como si una conjunción astral hubiera manipulado la rueda de la Fortuna con verdadero primor; algo similar ocurre en otras comedias, así el caso de Como gustéis. Sigue leyendo