Golem

La compañía 1927 recoge al engendro del mito judío para plantear, mediante una puesta en escena con videomapping, una alegoría sobre nuestra relación con la tecnología

Foto de Bernhard Mueller
Foto de Bernhard Mueller

Históricamente las slapsticks, esas comedias caracterizadas fundamentalmente por el embarullamiento, protagonizadas por Harold Lloyd o por El Gordo y el Flaco (el año pasado hablamos de Payasadas, la novela de Kurt Vonnegut), han sido juzgadas más como divertimento pasajero que como crítica de las costumbres. En la obra que presenta la compañía 1927, podemos volver a comprobar que, desde este humor algo naif y bastante inocentón, se esconde la patética verdad de nuestro devenir como sociedad obsesionada con esa idea tan falaz del progreso. Aquí, el protagonista, Robert, un pobre apestado social, un muchacho marginal, clara víctima del bulling, que se mueve por el mundo en esa soledad propia de los jóvenes frikis de las películas independientes de Estados Unidos como Ghost World o Clerks, vive a expensas de la fortuna. Luego, como suele ocurrir, aparecen sus almas gemelas, esos seres tan ocultos como él. Es ahí cuando conocemos al grupo punk de Annie and the Underdogs. No es más que el marco de una historia donde lo principal es que el pequeño héroe se compra un golem (también hablamos no hace mucho sobre la novela de Cynthia Ozick, Los papeles de Puttermesser, en la que se trataba el tema de este mito judío) que usa a modo de robot doméstico hasta que se le estropea y, entonces, adquiere otro, pero de una versión superior, un autómata de altas capacidades y, sobre todo, con iniciativa propia. Sigue leyendo