Una obra generacional sobre el desencanto de unos jóvenes en el aniversario de su amigo fallecido

En la dialéctica del capitalismo tardío hace ya tiempo que se observan esos arrastres que provocan las crisis en las que una generación es golpeada con mayor virulencia que otras; lo hemos visto en movimientos culturales y políticos desde los años sesenta para acá. París, Londres, Berlín, luego Madrid y, ahora, volvemos con esos gritos de angustia, de indignación y desidia provenientes de veinteañeros (los treintañeros se miran los pies con resignación) que ven truncados sus sueños. Se venden deseos, se incita a la gente a desear a lo grande y parece que cualquiera, más allá de las condiciones materiales con las que cuente o de sus propias aptitudes, debe atreverse a materializar sus sueños, por muy peregrinos que resulten. Aquí, por ejemplo, tenemos a un tío que dice que quiere ser músico, que le mola la música, pero que, evidentemente, no es una pasión desbordante que lo ponga en marcha contra cualquier impedimento; es alguien de esos a los que una idea le ha entrado o le han entrado en la cabeza sin saber muy bien cómo. Oriol Esquerda encarna el papel con un aura de desencanto, de perniciosa apatía que le lleva a perder oportunidades (enamorado de Carlota) y que lo bloquea en el mismo banco de siempre fumando porros, como en un círculo vicioso donde sus fantasías no se transforman en voluntad. Sigue leyendo