El maestro Juan Martínez que estaba allí

Xavier Albertí propone con Miguel Rellán una adaptación excesivamente austera de la crónica firmada por Chaves Nogales

El maestro Juan Martínez que estaba allí - Foto de Javier NavalSi nos fijamos en los «solos» que está poniendo en marcha Xavier Albertí, debemos considerar que, más allá de los textos ─y los tres anteriores a los que me voy a referir son brillantes─, ante todo, se exprimen con unos actores tan sobresalientes (Rubén de Eguía, Pedro Casablanc, y Pere Arquillué). Cuesta afirmarlo, sin embargo, no creo que Miguel Rellán esté a la altura. Su vocalización no es precisa, no se paladean las palabras, se trastabillan. Su cuerpo de ochenta y un años, desgarbado, subido a esos tacones no posee los modos de un flamenco. Un bailaor muere sin perder la apostura, la colocación de los brazos, el acomodo de las rodillas. Sigue leyendo

No me olvides

Alfonso Lara nos embarca en un viaje de supervivencia por la Rusia revolucionaria de la mano del cantaor Juan Martínez

Lo de la hibridación entre la literatura y el periodismo, entre la novela y la crónica, viene de lejos. Ahora que es tan habitual la autoficción, conviene recordar, por ejemplo, esta obra de Manuel Chaves Nogales, publicada en 1934, y que relata las peripecias de Juan Martínez, un cantaor, un cabaretero que, con su mujer, la Sole, recorrió parte de Europa, desde París en 1914 hasta vivir desde dentro la Revolución de 1917; cuando no hacía más que buscar un país en paz mientras corría la pólvora de la Gran Guerra. Lo atrayente, desde luego, es la intrahistoria. Seguir los pasos de un tipo (ella se ve arrastrada y se muestra bastante dócil) del que no podemos afirmar que sea un gran artista ―ni siquiera, quizá artista, o todo lo contrario, un grande, pero impotente―, que, como ocurre hoy en día por el mundo con algunos «folclóricos» de cartón piedra, no hace más que ser un suvenir viviente que representa los tópicos culturales de su país para ganarse el pan. Alguien que se adapta, que se metamorfosea, que se camufla y que expele la astucia necesaria para sobrevivir en la hostilidad permanente. Antros de mala muerte, garitos regentados por magnates y por príncipes, restaurantes de alto copete, palacios inconmensurables. Cada dos por tres de la ceca a la meca como dos vagabundos arrastrando el frío en los hombros (detalle estupendo, entre otros, en el vestuario de Guadalupe Valero). Sigue leyendo