Héroes en diciembre

Una enorme piscina en el Teatro Valle-Inclán acoge la obra sobre el suicidio que firma la joven dramaturga Eva Mir

Foto de Luz Soria

Pertenece Eva Mir (1996) a una generación de dramaturgos que apuesta por un teatro de la divagación, de la expresión poética, del estatismo teórico, del deambular por las ideas sin atenazarlas, de la distancia irónica que circunda la cuestión central. Arrumbar la trama y disolver el argumento. Que sea «discípula» de María Velasco ―viene a cuento recordar aquí Petite mort―, no debe pasar por alto. Las obras de esta corriente ―encorsetada por la narraturgia―, suelen producir cierto deleite literario cuando se leen, y se saborean las mordaces metáforas sobre la vida contemporánea, y uno puede detenerse en ellas; pero esa disertación en escena, esos monólogos alegóricos son inasibles, y únicamente se pueden pillar al vuelo. La sensación ante tamaña logorrea es de abarullamiento. Las palabras, las frases se compactan en un engrudo. Así ocurre con la protagonista, Berta, de quien sabemos que se ha leído las obras completas de Shakespeare ―lo repite unas cuantas veces. El texto, en general, es felizmente recursivo; y machaconamente repetitivo―, que se dedica a escribir ―podemos tomarla como un trasunto de la dramaturga―, y que un día decidió clavarse un cuchillo para desaparecer de este mundo. Este personaje es, desde el punto de vista del acontecimiento, lo único que me parece interesante; y más me lo parecería si el resto de piezas, de papeles, tuvieran la fuerza o la peculiaridad suficiente como para ofrecer un contrapeso que engrandeciera el conjunto. Sigue leyendo