Victor Afung Lauwers firma el texto de esta performance que amalgama los principales debates de nuestra aburguesada contemporaneidad
Viene este montaje en paralelo (o en continuación) de aquel Billy’s Violence, que tanto desencanto me produjo (por no usar expresiones más desagradables). Uno sabe bien dónde se mete y este Billy’s Joy todavía posee alguna brizna de sugestión, por aquello de que las comedias permiten un jolgorio y un sarcasmo más crítico que las tragedias; aunque el fin no alcance definitivamente a meter el estilete a fondo. Se ríen (nos reímos) del panorama; porque todavía las tinieblas no han arribado plenamente sobre los que tenemos margen (económico, evidentemente). Seguimos con el marchamo salvífico de las instituciones públicas y europeas. Poca transgresión por ese lado. Por eso, la cita que nos cuelan de Marx (Karl) es autorreferencial e inocua. Sigue leyendo
Desde que me enganché a las películas coreanas de Kim Jee-woon, Park Chan-wook y Bong Joon-ho, y a los vídeos de Britney Spears, me siento anestesiado ante la contemplación de la violencia. Ocurre lo mismo cuando terminas de ver The Act of Killing (pero en la versión del director. No hay que andarse con zarandajas), que un indonesio arriba o abajo te aporta poco. En el arte conceptual el truco consiste en basarlo todo en la cartela, el resto es poner a funcionar la imaginación del espectador; cuanto más culto, más implicaturas y, quizás, más fascinación al observar lo que en la propia obra no se da; eso, si cae en la trampa. Parece conveniente atender al prólogo, por aquello de sacar algo en claro. Maarten Seghers se transmuta en bufón y en director de orquesta, para pulular y componer las músicas y los ruidos, los sonidos que nos induzcan a sostener en la mayoría de los casos la agresividad. Avanza que en la época del bueno de Billy (para los amigos), Londres, como Sevilla, era un lugar repleto de rufianes, de pícaros, de ladrones y de asesinos que sabían emplearse a fondo en cualquier callejón macilento.