Diego Luna impone su gracia y su apostura escénica para contarnos un relato de amor algo tópico. Los distintos avatares de la reciente historia mexicana sostienen el texto de Alejandro Ricaño
Vamos a reconocer juntos que, si esta historia se enfocara con el marchamo hollywoodiense, el tufo a película (o peor, novela) romanticona tipo El diario de Noa sería patente; porque el espinazo de este texto de Alejandro Ricaño posee algo de ñoñería. Esta se sortea habilidosamente adobando el espectáculo con una contextualización sociopolítica muy pertinente, con unos saltos en el tiempo repletos de dinamismo, con unos rasgos de humor negro más que sagaces y con una interpretación de Diego Luna tan entrañable como cautivadora. Por todo ello, es necesario asumir, más allá de la comicidad, de los trucos de ese teatro cercano con guiños al público, que escarbar en la historia de México, en sus avatares y en sus atrocidades, es disponer más que un paisaje, es una hendidura en la vida cotidiana sobre la que no se puede despreciar el amor; pues de algo hay que existir. Sigue leyendo